viernes, 2 de diciembre de 2011

Maltrato Animal




Me inclino por pensar que la sensibilidad, la ternura y el amor al mundo animal son  valores vigentes en nuestra sociedad  que paulatinamente se han afianzando en la vida cotidiana de cada uno. Que más prueba necesitamos que la desbordante proliferación y mascotas que engalanan nuestras vidas con su compañía a cambio de una simple caricia, un paseo por el campo, un sustento diario de comidas preelaboradas. Perros, gatos, pájaros, peces, tortugas conforman nuestra particular Arca de Noe del siglo XXI, todo ello, sin considerar el otro aspecto, a mi entender equivocado, de adoptar animales exóticos que en países que como el nuestro carece de toda lógica y puede suponer una alteración dramática de nuestra  fauna local como ya conocemos por el sonado caso de cotorra argentina, que inunda ciudades como Barcelona.
 Vivimos en una época de declarada empatía al mundo animal. Desde los cautivadores episodios de El Hombre y la Tierra de nuestro queridísimo y amado Félix, hemos contemplado como día a día el amor a los animales o el gusto por tenerlos ha ido  in crescendo. Pese a todo hay días en que  nos despertamos con  bochornosos espectáculos de maltrato a animales domésticos de compañía y de otros que sin ser  de compañía  están presentes en nuestras vidas por la dependencia que de ellos tenemos, sobre todo por la alimentación que nos proporcionan con sus cuerpos.
Creo recordar que en las pasadas elecciones una candidatura concurrió a las urnas con un lema e ideario de contenido único en contra del maltrato a los animales. Las imágenes de su spot eran de los más espeluznantes, inmundas, repulsivas. Todavía hay personas que disfrutan haciendo daño a los animales. Los menos, afortunadamente. Las imágenes de galgos ahorcados después de las temporadas de caza, cuando ya no les son de utilidad a sus dueños, nos hacen pensar  en el camino por recorrer que les queda a aquellos   cuya mentalidad se ha quedado perdida en lo más oscuro del pasado, dónde disponer libremente de la vida de los animales estaba aceptado como algo normal, lógico, sin miramientos y que hoy, en alardes de nobles  prácticas cinegéticas se auto proclaman seguidores de ancestrales tradiciones con derechos siempre reivindicados en busca de un reconocimiento general.
Sin esforzarme mucho, todavía retumban en mi cabeza las imágenes de la brutal paliza propinada a su perro por un vecino de un pueblo de nuestra Ría de Arousa hace aproximadamente un par de años. Las imágenes dieron la vuelta al mundo. Al menos a nuestro mundo, que ya es bastante. Para que horrorizar a toda la humanidad. Aberrante, horripilante.
Un día del pasado mes de noviembre nos sorprendíamos con una noticia de este tipo: Perra abandonada en una finca es rescatada en estado de desnutrición severa. La foto habla por si sola. Cuesta ver hoy en día un animal en semejante estado, si bien hay que reconocer un carácter aparentemente accidental como la causa de su extrema delgadez, al haber fallecido uno de sus dueños y haber sido ingresado en un hospital durante un mes el otro miembro de la familia.
La imagen no deja de sorprenderme, más que nada por la indiferencia que el animal  manifiesta hacia el fotógrafo, por la ausencia de una mínima  agresividad. Es el vivo retrato  de  un animal que se sabe desahuciado, que sólo busca una explicación, un por qué me habéis dejado aquí,  yo  he cumplido siempre… no lo entiendo. Preguntas que se formulan desde el otro lado de los barrotes de un portalón, acceso al espacio encomendado y confiado a su vigilancia por sus amos, antes reino y dominio, hoy cárcel y cadalso. No es un perro lo que se ve en la foto, son los ojos de un perro sostenidos en su esqueleto que exigen una respuesta, ojos escrutadores, desafiantes, los ojos de la razón que denuncian la ignominia y el sufrimiento.
Ayer me enteraba de que no había conseguido superar el estado en que se encontraba y que moría.
Esperemos que sea ésta la última noticia de un abandono animal y de la muerte que lleva aparejada, aunque lo dudo.